19 dic 2005

Concurso Haroldo Conti: dos historias


En el año de homenaje a Haroldo Conti, escritor desaparecido durante la última dictadura militar, participamos del Concurso Literario Antirrepresivo y Antidiscriminatorio organizado por la Universidad de Buenos Aires y la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires. Tras disfrutar un cuento del autor, “Como un León”, escribimos nuestras historias y ahora las publicamos en el Periódico Mural.

FOFÓN, AMIGOS POR SIEMPRE

Por Jesica Baez

Fofón era un chico de 16 años, morocho, con el pelo negro y los dientes grandes. Su nombre era Diego, pero le decían Fofón porque le gustaban muchos los teléfonos.
Una mañana de cielo muy nublado, con ganas de llover; el teléfono sonaba y no quería levantarme a atender, cuando me levanté...dejó de sonar. Llegó Romina, mi prima, llorando y gritando : Jesi, Jesi! Salí y le pregunté qué le pasaba.

- ¡Lo mataron a Fofón!- me gritó.
- Hasta que no lo vea no te creo- le dije.
Y llorando me respondió: -¡pero cómo te voy a mentir en una cosa así!

Me cambié y fuimos a la casa de la madre. Cuando llegamos ella se había ido al hospital Argerich. Era verdad. Fofón había muerto. Llorando desconsoladamente la mamá nos dijo: mi hijo...noooo, él no se mato sólo – y siguió llorando.

Fofón tenía una novia que se llamaba Carolina. Era una chica muy atractiva, rubia, de cutis blanco y la cara como la de una muñeca hermosa. Ella no era del mismo barrio, era de otra villa llamada Itatí, en Wilde. Ella lo llevó al hospital Argerich, lo dejó, y fue a buscar a la madre con una toalla blanca que de tanta sangre quedó roja. Llorando, con el trapo en la mano le dijo a la madre:

-Doña, su hijo se mató.

Los rumores que corrían decían que la misma novia lo habría matado por no haberle dado plata cuando ella quería. Al otro día, Carolina volvió a la casa de la mamá de Fofón a preguntarle dónde lo velaban y le respondió:
-¡No!, Todavía no lo sé.
-Bueno más tarde paso –respondió la chica.

Cuando se estaba yendo, los compañeros de Fofón la agarraron y la llevaron a donde él vivía con ella. Le preguntaron por lo que pasó. En la casa estaba el sillón quemado (¿para borrar las huellas?). El olor a humo era impresionante y la sangre... la habían limpiado
- ¿Por qué está esto así?¿quién fue?, dale, nos no mientas- gritaba el grupo de pibes.
- Se mató solo- decía ella llorando.
- ¿Y por qué te llevaste los muebles, prendiste fuego el sillón y limpiaste la escalera y el piso?- le volvían a preguntar con desconfianza.
Le hablaron. Le pegaron. Hasta que confesó que ella lo había matado. Le metieron tres tiros: uno en la cara, otro en la panza y el último en la pierna. Le cortaron la cara y ella, moribunda, se fue desde una esquina cercana al puente del transbordador hasta los bomberos, que rápidamente la llevaron al hospital.
A Fofón lo velaron en una casa de sepelios de Villa Dominico. Yo no podía entrar del olor a flores que había. Me hacía mal. No me gustan los velorios ni los cementerios. Lo enterraron en Avellaneda. Ella sigue viva.


COMO UNA CABRA
Por Daiana Monzón


Era una tarde blanca, soleada y con muchas personas gritando y riendo. Julieta volvía de la escuela. Llegó a su casa, saludó con un dulce beso a sus sobrinos; entró y vió que Gloria, su mamá, estaba llorando. Ella pensó que, como siempre, había discutido con su papá Carlos; pero no fue así, una mala noticia estaba por venir. Julieta preguntó qué pasó. Nadie quería responder, hasta que su mamá decidió decirle la verdad.

La mala noticia era que su hermano Pablo estaba preso en un Instituto de Menores y en pocos días comenzaba el juicio. Pablo no tenía ninguna causa, pero como “un boludo” le pegó a un policía. Lo trataron de loco mental y lo trasladaron a un hopital psiquiátrico. Él no estaba nada mal, aunque era muy agresivo, pero lo trataron como si fuera un demente.

El tiempo pasaba y Pablo iba empeorando. La mamá le contaba a Julieta que las pastillas que le daban en el hospital le caían muy mal, lo estaban volviendo loco de verdad. Despúes de meses, Pablo seguía en el hospital. Cuanto más tiempo pasaba, más lo extrañaban. Un día Julieta fue a verlo al hospital. Ellos no se llevaban nada bien, pero como lo extrañaba mucho, decidió ir a visitarlo. Ese día Julieta la pasó de lo peor, se aburrió un montón y nunca más quiso ir a verlo, ni al instituto ni al hospital.

Varios meses después lo dejaron libre, pero con una condición: tomar las pastillas. Cumplió. Hasta el día de hoy Pablo las toma. El cuerpo se adaptó a esos remedios. Él sigue siendo igual que antes, un chico que siempre supo entender las cosas y respetar las decisiones de los demás; gracias a Dios está disfrutando de la vida al aire libre.

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